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memorial de guatemala
Coronavirus en Guatemala: sesenta días y empezamos a
contar
Por Andrés Cabanas - Guatemala, 18 de
mayo de 2020
Se cumplieron dos meses desde el primer diagnóstico de
COVID-19 en Guatemala y dos meses desde que el presidente
Giammattei calificó la enfermedad como gripona y nos mandó a
relajarnos a la playa.
En este breve-intenso-interminable periodo nos han
confinado; nos han dicho que todo está bien y superamos la
crisis; nos han vuelto a confinar porque parece que no todo
está tan bien; nos endulzan los oídos haciéndonos creer que
tenemos el mejor intensivo de Centroamérica (Parque de la
Industria), que finalmente resulta ser otro fiasco
gubernamental-institucional: no hay médicos suficientes, ni
equipos de protección, ni camas, ni medicamentos, ni
alimentación digna, ni contratos para médicas, ni
¡¡¡salarios!!!.
En dos meses aprueban una ampliación presupuestaria
multimillonaria que no cubre las necesidades básicas, pero
que tampoco empieza a llegar, y cuando lo haga será -para
variar- con criterios clientelares. En tan poco tiempo nos
dicen acarreados, mal portados, apeñuscados, conflictivos,
esperpentos (casi salimos a descalificación/insulto por
semana).
Al final de los dos meses, con solo mil casos
diagnosticados, en el inicio de la fase ascendente de la
epidemia (si es cierto, como afirman los epidemiólogos, que
un pico de contagios puede llegar en la semana dieciséis, es
decir, a mediados de julio) hemos visto el colapso del
sistema de salud, ya sin espacios para atención, y el
colapso del sistema de mentiras, medias verdades y
ocultamientos que se construye desde la maquinaria de
propaganda gubernamental.
Sin control de la crisis
El control de la crisis de la salud se perdió en poco tiempo
(no existió) por tres razones principales, en mi opinión:
1. Falta de capacidad técnica y recursos del Ministerio de
Salud.
2. Opacidad en el manejo de información y centralización de
toma de decisiones en el Presidente, que impide la
participación activa de otras instituciones y la sociedad.
3. Subordinación de la estrategia de contención de la
enfermedad a los reclamos del empresariado organizado.
Además, en dos meses el gobierno pierde aceleradamente el
control político. Mientras las decisiones tomadas favorecen
y atienden demandas de empresariado organizado, diputados y
alcaldes aliados, la sociedad ve que las ínfimas ayudas
ofrecidas (por ejemplo, el bono familia de solo un mil
quetzales) no llegan, y se restringen las posibilidades de
trabajo.
Comercio popular, economía informal, trabajadores
despedidos, pobladores de zonas urbanas periféricas,
campesinas y campesinos resienten el doble rasero
gubernamental (todo para los de arriba, nada para los de
abajo) y la falta de priorización de sus necesidades.
Cuando más hacen falta instituciones creíbles, legitimadas,
que enfrenten la crisis multidimensional construyendo
consensos y grandes acuerdos, tenemos esto: funcionarios
incapaces de ver más allá de sus intereses corporativos.
Lo preocupante es que, ante la pérdida de control político,
el gobierno refuerce su proyecto autoritario, y quiera
impedir la libre expresión de críticas y descontento, y la
fiscalización de la labor de las instituciones del Estado.
La solidaridad supera el confinamiento
En dos meses hemos aprendido también que la solidaridad
puede más que la ineficiente y poco empática maquinaria
gubernamental (las ollas comunitarias en varios municipios
del país tienen capacidad de atender a miles de personas
semanalmente); que la alimentación y quienes la proveen es
un sector estratégico que no puede seguir siendo descuidado
(al igual que las trabajadoras de salud); y que la
fiscalización, la denuncia, la crítica argumentada
(eventualmente apasionada) son fundamentales para
sobrevivir, resistir y trascender este momento hacia mundos
mejores (no es ilusión, es propuesta); que las comunidades
empiezan a ejercer su administración propia (todavía de
forma parcial y limitada) más apegada a las demandas de la
gente.
Este puede ser un camino: autonomías territoriales,
municipales y comunitarias, con decisiones:
1. Basadas en información actualizada (no la interpretación
cambiante y alocada que este gobierno hace de datos muy
parciales).
2. Adoptadas democráticamente a partir de consultas con
todos los sectores, especialmente los prioritarios para
enfrentar la crisis (campesinado, salud, comunicación,
servidores públicos, comerciantes, comedores e iniciativas
solidarias, tortillerías...) y los más vulnerables en
términos de necesidades y demandas: economía informal,
mujeres responsables de su familia, trabajadores despedidos,
personas sin hogar y otras.
3. Que tengan en cuenta de manera indivisible la dimensión
sanitaria y social de la crisis. Es decir, enfrentar la
propagación del virus sin condenar a miles de personas a
enfermedades derivadas del hambre o directamente a la
muerte.
En fin, en dos meses aprendimos (pero ya lo sabíamos, no es
que la pandemia nos haga superinteligentes) que las
sabidurías y las construcciones colectivas y populares son
más certeras y eficaces que las decisiones tomadas al más
alto nivel, aunque quienes las toman y comunican digan que
son doctores.
Fuente: pensamientosguatemala.org -
www.memorialguatemala.blogspot.com
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